Durante más de dos milenios, los restos de un naufragio ocultaron un artefacto griego cuya complejidad sólo volvería a ser alcanzada en la Europa del s.XIV.
Por Marcos Merino
Ciudad de México, 13 de junio (SinEmbargo/TICbeat).- Año 1900. Un grupo de recolectores de esponjas griegos que faenaban en las aguas de la isla de Anticitera encuentran, a 60 metros de profundidad, los restos de un antiguo barco (mercante según unas teorías, pirata según otras) con una carga muy singular, fechada en torno al año 70 aC.
En los años siguientes logran extraer del mismo estatuas como el Efebo de Anticitera o «Cabeza de un filósofo», además de numerosas ánforas, moneda y una lira de bronce.
Sin embargo, también logran encontrar algo bastante más extraño e inesperado: una extraña pieza de bronce que, una vez analizada y unida a otros fragmentos hallados en el barco, se reveló como un mecanismo de 30 centímetros de alto por 15 de largo y 7.5 de profundidad, compuesto de hasta 30 engranajes (de los que se conservan 27) dispuestos en torno a un mecanismo principal y cinco secundarios. Sobre varias de las piezas se encontraban inscrito miles de minúsculos (y, por tanto, indescifrables) caracteres griegos.
Lo que el arqueólogo Valerios Stais había descubierto hace ahora más de un siglo entre los restos de aquel barco parecía ser, ni más ni menos, la computadora mecánica más antigua de la que el ser humano tiene constancia, un mecanismo de relojería utilizado para mostrar los eventos astronómicos en base al calendario egipcio de 365… e incluyendo un mecanismo para compensar en los cálculos la ausencia de los entonces desconocidos años bisiestos.
Como recogía hace unos años el blog divulgativo La Pizarra de Yuri, “alguien fue capaz de crear una sofisticada máquina cuyo grado de complejidad y perfección mecánica no surgiría otra vez hasta el siglo XIV europeo, mil cuatrocientos puñeteros años después. Su grado de miniaturización es aún más asombroso: pocas veces se vuelve a ver hasta la Edad Moderna”.
Pero el mecanismo de Anticitera vuelve ahora a ser noticia porque los científicos han logrado descifrar, por fin, la mayor parte del texto inscrito, confirmado lo que los arqueólogos sospecharon desde el principio: que fue diseñado como un mecanismo de relojería que mostraba las fases de la luna, la posición del sol y los planetas, y hasta el momento de los eclipses previstos.
Como explicó uno de los científicos del equipo de investigadores, el historiador Alexander Jones, de la Universidad de Nueva York, “no fue una herramienta de investigación, algo que un astrónomo usaría para hacer cálculos, o incluso un astrólogo para hacer predicciones, sino algo que sirvió para enseñar sobre el cosmos y nuestro lugar en el mismo, como un libro de texto de la astronomía de la época“.